martes, 10 de mayo de 2011

Un cadenero o un Artista. Ensayo participante Estímulos 2011

ESTIMULOS 2011

PREMIO DE ENSAYO CRÍTICO

Un cadenero o un Artista

Yesenia García

El siglo XX y todas las vicisitudes que acarreó su transición, hicieron surgir a peculiares personajes que definen el rumbo de la vida moderna: el diseñador, la diva, el genio informático, el artista, y tras bambalinas: el curador.

A lo largo de las últimas décadas, el papel de curador se ha hecho más agudo, y ha rebasado la frontera que instaura el artista en sus obras; es decir, puede “meter mano” libremente en ellas aportando su propia visión del arte; desviando, enriqueciendo o cambiando por completo la lectura de una pieza.

Los museos y galerías son espacios de los que la personalidad y estética del curador se apropian; como un rincón de la casa del que se va adueñando el inquilino hasta hacerlo completamente suyo.

La galería es al curador como la casa al dueño, o al revés.

En definitiva, no se puede negar, un espacio expositivo difícilmente acuñará piezas que no concuerden con la estética y la postura del curador, para ejemplo, nos basta el que al pintor Daniel Lezama, se le haya negado exponer en el MUAC, ya porque es figurativo y para rematar: temáticamente prehispánico.

El gusto del juez, va cerrando los límites, por una parte para poder clasificarlos, presentarlos, para que a través de esa “selección”, el curador también se defina así mismo. Sin embargo, las tendencias van arrastrándonos como piedras el río. Y llega el momento que no podemos parar la inercia de la corriente que hemos creado. La tendencia se va volviendo una imposición; una temática y una estética específicas en la que los artistas caen como en un socavón de una técnica precisa para entrar a los museos, para ganar los premios, para salir en los periódicos.

En los premios World Press Photo de este año, quedaron pendientes varias dudas acerca del amarillismo que pobló la selección de ganadores, donde imperó la fotografía austera en composición y lenguaje artístico, tomas sangrientas que retratan crudamente el sufrimiento humano; un dar clic a la cámara como un hambriento ser que se abalanza al plato sin razonamiento alguno. Al respecto, Vladimir Viatkin, fotógrafo ruso y juez del World Press Photo en anteriores ocasiones, escribe un artículo a raíz de la inquietud general de los resultados: “…Tras interiorizar las nociones básicas del auto foco, se apresuran por retratar el sufrimiento, (…) en un intento por encontrar un hueco en la cima del periodismo internacional. Poco saben del lenguaje literario o del arte visual clásico. Así como tampoco comprenden la base humanística de la conciencia, o las nociones de imagen, símbolo, metáfora o pensamiento filosófico. Las lentes de sus cámaras son como el frío e indiferente bisturí de un cirujano inexperto que corta la carne aún cálida...”

Me asombra la inquietud general alrededor del suceso del World Press Photo, la indignación en 2011, pero me asombra más, la pronta aceptación de los jueces por establecer una tendencia cruda y amarillista alrededor de uno de los premios que antaño involucraron documentalismo y arte de una manera exquisita.

¿En qué momento un juez y un curador van estableciendo las normas del juego que no nos damos cuenta hasta que vamos a la galería y descubrimos una selección de obras bajo un juicio que quizá no es el que representa a la totalidad humana?

El trabajo del curador, del elector de arte, del director del museo, va más allá de llenar paredes y organizar brindis.

Los textos curatoriales, la selección y el acomodo de las piezas dan una nueva lectura a ese conjunto. No es lo mismo leer: a, b, c, que c, a, b.

El aprovechamiento y la lectura del espacio mismo más el acomodo de las piezas, hace de una exposición una obra más de arte, el uso de guías, textos, el trabajo fuera de museo, foros, mesas redondas con los artistas involucrados, son parte del trabajo curatorial. Un ir más allá de colgar piezas, esperar que la gente entre y se lleve una impresión o una severa duda.

La primer exposición de arte contemporáneo, que no me deja con la cuestión de: “¿qué diablos es todo esto?, ¿para qué estudio Dibujo VI si puedo pegar un botón en la pared y poner mi firma”, “maldita sea, ¿esto es arte?”, en donde no siento una batuta frívola escogiendo piezas “modernas” como un cadenero de un antro cool en Polanco, fue: “Sin Techo está Pelón” (Fundación Jumex), curada por Michel Blancsubé.

Como él mismo explica, buscó crear un diálogo con la ciudad de Guanajuato, (ciudad de singular arquitectura y colorido) con 49 piezas que incluyen fotografías, videos, escultura, instalación, proyección, pintura sobre lienzo, cerámica y dibujo, relacionadas con este eje.

Variadas técnicas, materiales, artistas, tendencias, discursos y momentos históricos, pudieron acomodarse en la Jesús Gallardo; una sala que asemeja las geometrías guanajuatenses y es parte del edificio central de la Universidad de Guanajuato.

Varias de las piezas que curó para esta exposición, Blancsubé, no las imagino en algún otro contexto, por sí solas no serían lo que son bajo el techo de la galería.

Y de Blanscubé doy un salto al libro de Vidal Folch, La Cabeza de Plástico:

El momento en que el joven artista Ruyten lleva su portafolio hasta Wagner.

Ruyten expone la pieza una instalación con una tienda de campaña, la presenta de un modo que ni a él le convence demasiado. Sin embargo, cuando Wagner interviene, la obra toma sentido, la vuelve una obra distinta, completa, polisémica. La mirada editora de Wagner completa la obra, es más, podría decirse que antes de Wagner, Ruyten tenía un boceto.

¿Qué trabajo hace el artista, cuál editor, cuál el crítico? La obra antes de editor, curador, crítico ¿es obra de arte? ¿Cuántas miradas se han posado sobre una obra que se expone? ¿Existe la individualidad y el sello del artista dentro del arte postmoderno?

Varias lecturas podrían hacerse de cada una de las 49 piezas de “Sin Techo está pelón”, sin embargo, la lectura correcta es la que se hace bajo la batuta de Blanscubé; la composición y conjunción que hace de ellas para mostrarnos una realidad a todas luces contemporánea, la vivimos hoy y la sufriremos mañana; la ansiedad por la casa, la nostalgia por resguardar el yo en unas paredes que también hablen de nosotros. Ya no es un ensueño, sino una lucha por espacio y por aire, por resguardar la individualidad, por mantener las paredes erguidas que nos resguarden lo que somos y lo que tememos del otro. Todo ello, sin sangre, sin vísceras o cadáveres de por medio, pero augurándonos una muerte prematura por falta de espacio.

Todo eso en una galería irregular, mediana, con dos salones, una escalera, un rincón donde cabe un baño y un diminuto primer piso, un espacio que bien, pudo ser una casa.

También con Laberinto de Miradas en Casa España, tuve un sentimiento similar, la selección de Claudí Carreras, logra conjugar una potente muestra de 76 fotógrafos y 16 colectivos iberoamericanos, y acomodar todo aquello para darle una lectura adecuada en varias exposiciones itinerantes. Siempre ocupándose de lo documental, lo real, sin dejar de lado la exigencia artística de la que careció el World Press este año.

Con ambas curadurías, vi por primera vez, exposiciones dedicadas al hombre de mi tiempo; visiones que involucran la crudeza sin descarnarla y mostrarla cual víscera extraída de un cuerpo doliente, sino con una mirada humana, inteligente y sensible; se puede mostrar la clara lucha del ser humano por sobrevivir, por prevalecer. Ambos hacen un enfoque sagaz y profundo a nuestra orfandad contemporánea. Muestran al homo sapiens sapiens en la jungla de asfalto, en plena expansión de las mazmorras de interés social, bajo el yugo de los desórdenes económicos en una búsqueda de identidad entre cientos de fronteras materiales e ideológicas.

Ambos, Blanscubé y Carreras me mostraron que el curador también es un artista, más que cosmopolita, antropólogo erudito: narrador que acomoda las obras de arte como letras en un papel en blanco.

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